UNIDAD Nº IV: LA REPÚBLICA ARGENTINA CONSTITUIDA
Bibliografía sugerida:
http://ffyl.uncu.edu.ar/IMG/pdf/RAPOPORT_2007-_Mitos_etapas_y_crisis_en_la_economia_argentina.pdf.
Nación - Región - Provincia en
Argentina, 2007, No. 1
Artículo revisado el 01/12/2007
Mitos, etapas y crisis en la
economía argentina
Mario Rapoport
Resumen
Últimamente ha vuelto a reverdecer
una problemática que había estado un poco olvidada en la
historia argentina: la problemática
de los mitos. Están de moda muchos libros sobre la cuestión
de los mitos. Hablamos de mitos en
el sentido de falsas percepciones históricas que es necesario
poner en evidencia. La consigna es
tomar que es lo que se estuvo diciendo o creyendo como
verdad asumida durante mucho tiempo
acerca del país y de su historia, y analizarlo a la luz de
nuevas evidencias e
interpretaciones. Pero, la mayor parte de las veces esos mitos se refieren a
figuras históricas.
Por supuesto, las personalidades
históricas tiene una importancia fundamental, queremos saber
qué pasó con Belgrano, con Moreno,
con San Martín, con nuestros próceres, pero existen también otros
mitos que son tan o más importantes
que éstos y que tienen que ver con los procesos históricos, con
las estructuras históricas,
políticas, económicas y sociales que caracterizaron la evolución del país.
Hay en ese caso una serie de falsas
percepciones que se han instalado en la mente de muchos
argentinos, y son de este tipo. Por
ejemplo, la idea o el mito de que el país estuvo alguna vez, hacia
las primeras décadas del siglo XX,
entre los más avanzados del mundo o el que llegó a ser, en cierto
momento, una potencia mundial.
De esta última aserción se sostiene
otro mito: el que la decadencia de la Argentina comenzó en los
años 40, con los procesos de
industrialización, la intervención del estado en economía y las políticas de
distribución de ingresos.
Un mito bastante frecuente es el que
afirma que un error fundamental en los gobiernos argentinos
estuvo en la creciente tendencia a
la autonomización del país con respecto al mundo y, sobre todo, en
sus niveles de confrontación con las
grandes potencias hegemónicas.
En la comprensión de las políticas
económicas, los mitos toman también la forma de opciones o tér-
minos contrapuestos, aparentemente
irreductibles, en la toma de decisiones o de políticas: como la que
existiría entre endeudamiento o
ahorro interno; entre inflación o convertibilidad; entre estatización o
libertad absoluta de los mercados. O
la que pretende enfrentar políticas de bienestar versus flexibilidad
y competitividad, o una aún más
reciente, la que señala la aparente necesidad de elegir entre aceptar
la globalización o realizar
políticas nacionales.
Creo que es el momento de
desentrañar muchos de estos mitos y analizar más a fondo si éstas son
o no opciones verdaderas. Pero para
eso hay que introducirse en la historia y nosotros empezaremos
esa historia desde el momento en que
el país se organizó como tal, después de 70 años de cruentas
luchas civiles.
Y aquí surge otro mito y es el que
la Argentina fue el país más civilizado de América latina: algo que
suena extraño si observamos las
sangrientas, terribles guerras civiles, que causaron miles de muertes,
y se iniciaron en el mismo momento
en que culminaban las guerras para afirmar la independencia.
Sin embargo, hacía 1880, el país
logra, por fin, una cierta estabilidad, luego del triunfo del ejército
federal sobre el último ejército
provincial, el de la provincia de Buenos Aires; con la instalación en la
Presidencia del general Roca a
través de un pacto político, la liga de los gobernadores. Va a comenzar
lo que hemos dado en llamar, a modo
de simplificación, en la interpretación de la evolución económica
del país, el modelo agroexportador,
caracterizando su rasgo principal.
1. La etapa agroexportadora
Este período, que transcurre de 1880
a 1930, es el que se señala como una «época dorada», ensalzada
por grandes poetas latinoamericanos,
como Rubén Darío en su Canto a la Argentina. Es la época en la
que muchos argentinos ricos viajan a
Europa deslumbrando con sus riquezas y construyen grandes
mansiones, en sus estancias o
lugares de origen y, en especial, en Buenos Aires.
Claro está, no era una «época
dorada» para todos: como lo señala el informe que en 1904 escribió
el catalán Bialet-Massé sobre las
condiciones de vida de las clases trabajadoras en el interior del país,
a pedido del ministro Joaquín V.
González, una parte importante de la población vivía todavía a
principios del nuevo siglo, en
campos o ciudades, en los umbrales de la pobreza.
En esta etapa, que comienza en los
años 80 pero tiene elementos precursores en las décadas del 60
y 70, la Argentina disponía
potencialmente de grandes recursos naturales, pero debía traer del exterior
los capitales y la mano de obra
necesarios para instalar el sistema de transportes, especialmente el
ferroviario, y la infraestructura
portuaria y urbana, y modernizar la agricultura y la ganadería. Esto
se hace centralizando el poder en
Buenos Aires, lo que refleja una larga historia de predominio de la
ciudad sobre el resto del país que
culmina con la constitución definitiva de la capital de la República
en 1880, último y sangriento
episodio de las guerras civiles.
El modelo se sustentaba en un
esquema socioeconómico en donde el bien abundante, la tierra,
estaba en pocas manos, como
consecuencia de un proceso de apropiación de la misma o de sus frutos
que venía de la época de la colonia
(mercedes reales, vaquerías, primeras «campañas al desierto» para
apropiarse de tierras ocupadas por
los indígenas), y se continúa con la ley rivadaviana de Enfiteusis (o
alquiler de grandes extensiones de
tierras públicas a unos pocos individuos), las nuevas campañas al
desierto y la venta en forma
ventajosa de esas tierras alquiladas. Este proceso culmina con la campaña
del general Roca, eliminando
definitivamente la presencia del indígena y poniendo a disposición de un
puñado de terratenientes millones de
hectáreas explotables. La expedición de Roca fue un verdadero
genocidio de los pocos indígenas que
quedaban todavía en la Patagonia, el Chaco y otras zonas del
interior del país.
En cuanto a los capitales externos,
si bien ayudan a montar el aparato agroexportador, llegaron
generalmente sin control y, en la
mayor parte de los casos, garantizados en su rendimiento por el estado
o con fines meramente especulativos,
algo que, como veremos, va a volverse un hecho repetido en la
historia argentina. El país se
transforma, de todos modos, en un importante exportador de productos
agrícolas e importador de
manufacturas y bienes de capital, en el marco de un escenario internacional
que facilita ese proceso.
En este sentido, es imposible
estudiar la historia argentina si no se conocen las coyunturas interna-
cionales en las cuales se
desarrollan los distintos procesos económicos y políticos internos. Veamos la
primera de ellas.
Hacia 1880 existe una división
internacional de trabajo hegemonizada por la potencia industrial de
la época y la más importante
proveedora de capitales y manufacturas: Gran Bretaña. Pero se trata de
una situación peculiar. El Reino
Unido estaba en esa época en el cenit de su apogeo pero también en lo
que constituía el comienzo de una
larga decadencia. En 1873 se produce una crisis a nivel mundial, dan-
do inicio al período denominado la
Gran Depresión, que va a durar hasta 1896 y afecta particularmente
el poder hegemónico británico.
La Argentina juega un rol importante
en ese esquema, porque Gran Bretaña está perdiendo merca-
dos en el mundo, justamente por la
competencia de países emergentes para la época, como Alemania
y Estados Unidos, que protegen sus
industrias y expanden su comercio internacional. Y esta pérdida
de niveles competitivos, pérdida
incluso del gran mercado que constituía la ex colonia estadounidense,
va a ser suplida por otras colonias
de poblamiento situadas en territorios casi olvidados en los que
Gran Bretaña vuelve a interesarse,
como Australia, Nueva Zelandia y Canadá. Pero, también, por dos
países del Sur del continente
americano, Argentina y Uruguay. Todos ellos contribuyen a proporcionar
los alimentos y las materias primas
que el Reino Unido necesita para alimentar a su población. Lo que
los va a ayudar a transformar, a su
vez, a medida que llegan las oleadas de inmigrantes, en nuevos
mercados para los bienes de capital
y las manufacturas británicas.
En lo que se refiere al sistema
político interno, en este período se produce la unidad nacional bajo la
dirección de gobiernos oligárquicos.
Por un lado, esos gobiernos guardan las formas constitucionales,
aunque excluyen a los sectores
opositores del posible ejercicio del poder y eligen a sus sucesores. Por
otro, abren las puertas a los nuevos
inmigrantes pero no les facilitan su conversión en ciudadanos.
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En lo económico, en tanto, los
elementos claves lo constituyen la concentración de la propiedad de la
tierra, el endeudamiento externo y
una ideología rectora: el liberalismo económico. En palabras de Juan
Bautista Alberdi, uno de sus
expositores más lúcidos, la Constitución argentina «más que la libertad
política» ha tendido a procurar «la
libertad económica».
No obstante, este no fue un período
de progreso o crecimiento continuo como se suele creer: la ex-
pansión económica y productiva
resultó evidente, pero con crisis importantes en su transcurso debido
primordialmente al endeudamiento
externo. Empezando por la de 1873, en la cual el Presidente Avella-
neda llegó a decir que los
argentinos ahorrarían sobre su sed y su hambre para pagar sus compromisos
externos. Y luego, en el mismo
período de expansión de los 80, otra crisis financiera más breve, en 1885,
y cinco años más tarde la crisis más
profunda de todas, la de 1890, que produjo un sacudón en la City
londinense por la casi quiebra de la
casa Baring, agente financiera del gobierno argentino. Esta crisis
fue acompañada por una revolución
política, que no triunfó pero dio lugar al nacimiento del primer
partido político nacional, la Unión
Cívica Radical. Por último, se asistiría a una nueva crisis financiera
antes del comienzo de la primera
guerra mundial.
Raúl Prebisch señalaba con respecto
a las crisis financieras algo que hoy nos parece común: la de-
pendencia de los ciclos económicos
de los centros capitalistas mundiales y, fundamentalmente, de Gran
Bretaña. Decía que cuando la
metrópoli necesitaba exportar capitales, porque bajaba la rentabilidad de
sus empresas, esos capitales venían
en abundancia, atraídos por las facilidades que daban los gobier-
nos argentinos, iniciando un ciclo
de endeudamiento externo. Pero, cuando por razones internas de su
propia economía les era preciso
hacer regresar esos capitales, el Banco de de Inglaterra subía las tasas
de interés para atraerlos, dejando
un nivel de deuda que no podía pagarse. El endeudamiento externo
era así una característica clave del
modelo agroexportador.
Hubo una década, la de 1890, cuando
debió abonarse lo sustancial de la deuda que venía del proceso
anterior, en la que no ingresaron
nuevos capitales y se detuvieron las corrientes inmigratorias. Las dos
grandes oleadas de inmigración
llegaron en momentos de expansión: los años 80 y los primeros años
del siglo XX.
Una cuestión que se plantea comúnmente,
es el por qué el desarrollo económico argentino no siguió
el camino de otros países de
formación similar como Australia y Canadá. Al realizar una comparación
con esas naciones, una de las
principales diferencias que se nos presentan, se asocia, ante todo, a la
estructura de tenencia de la tierra.
Frente al dominio del latifundio en nuestro país, acompañado por
un sistema de arrendamientos
precarios, en Australia, donde la posesión primigenia de los terrenos era
de la Corona, cuando se realizaba la
adjudicación de los mismos se exigía una explotación productiva
y mejoras en su utilización. Además,
ya a principios del siglo XX, bajo la conducción de gobiernos
laboristas, se llevó adelante una
política tributaria tendiente a combatir la concentración de la tierra en
pocas manos.
En lo que hace a la comparación con
Canadá, predominaba allí la explotación de medianas exten-
siones personificada en la figura de
los farmers, quienes en vastos territorios habían obtenido tierras en
forma gratuita y que al ser
propietarios se les facilitaba el acceso al crédito, haciendo posible la adqui-
sición de maquinarias y el
mejoramiento de los campos. Por el contrario la Argentina no logró generar
una clase media rural (salvo en
ciertas zonas colonizadas de Santa Fe y Entre Ríos, donde encuentra su
origen la Federación Agraria
Argentina y el Partido Demócrata Progresista) que ampliase el mercado
interno y estimulase el desarrollo
regional.
Esto significó, al ser el sector
agropecuario la principal actividad económica que motorizaba al país,
una gran concentración de poder en
manos de los grandes estancieros, que, por lo general, no volcaron
sus ganancias a las nacientes
actividades industriales, o directamente las obstaculizaron, promoviendo
la más amplia apertura comercial a
fin de colocar sus productos en el exterior. En este sentido, existía
una gran diferencia con lo que
ocurría en otros países, como Canadá, donde hacia 1890 se desarrollaba
una política industrialista de
«compre nacional» planteada por el primer ministro conservador MacDo-
nald. O como Australia, donde las
preferencias otorgadas a firmas locales en licitaciones del gobierno,
particularmente en torno al
abastecimiento de materiales para los ferrocarriles y las comunicaciones
en general, simbolizada por el lema
«Be Australian, Buy Australian» («Se australiano, compra austra-
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liano»), denotaban una actitud más
proteccionista que incentivó áreas tales como la metalurgia y la
producción de maquinarias agrícolas.
En cambio, la situación argentina
dio lugar a la conformación de una matriz cultural que se trans-
mitió, de una u otra forma, al resto
de la sociedad y, sobre todo, a los sectores medios. La poderosa
elite que gobernaba el país tenía
como principales características una cultura fuertemente rentística
(sus principales ingresos provenían
de la renta de la tierra); una conducta en el poder antidemocrática,
basada en la marginación de gran
parte de la ciudadanía, la corrupción y el fraude electoral; y una
visión del mundo dependiente (se
llegó a pensar a la Argentina como una especie de «colonia informal»
del Reino Unido).
Veamos, en primer lugar, la cultura
de lo rentístico. La elite tradicional, que poseía la mayor parte
de las tierras explotables del país
(el 5 % de los propietarios tenía el 55 % de las explotaciones agrope-
cuarias en 1914), vivía
fundamentalmente de una sustancial renta agraria, como los grandes señores
ingleses del siglo XVIII que
criticaba David Ricardo en sus Principios de Economía. Esa elite tenía, por
lo general, pautas de consumo
extravagantes y no necesitaba o no le interesaba invertir en capitales de
riesgo que, por ende, vinieron casi
en su totalidad del exterior para crear la infraestructura del aparato
agroexportador. Pero una de las
funciones principales del endeudamiento externo en distintas épocas
fue también contribuir a financiar
el gasto de ciertos sectores privilegiados de la sociedad y la fuga de
capitales, generando un modelo que
podríamos llamar de «capitalismo ausente», en tanto reproduce y
prolonga de alguna manera aquel
viejo modelo del «terrateniente ausente», que vivía mayormente en
Buenos Aires y no tenía conductas
productivas sino rentísticas o suntuarias, hasta que agotaba, como
en muchos casos, la riqueza
original, vendiendo incluso las tierras que poseía. En las últimas décadas
ha ocurrido, como veremos, algo
parecido a nivel del país.
En segundo lugar, se generó también
una cultura antidemocrática. Los primeros gobiernos de «uni-
dad nacional» que salieron de la
llamada generación del 80, en las últimas décadas del siglo XIX, no
respetaron los principios
constitucionales. Era una democracia ficticia o «ficta», como se decía en su
época. Con presidentes «electores»
que escogían a su sucesor. La elite se identificaba con la clase políti-
ca y los rasgos principales del
manejo político eran el paternalismo, el clientelismo, la corrupción y el
fraude electoral. Más tarde, la
intervención de los militares y los golpes de estado, bajo el pretexto de
derrocar «democracias corruptas»,
formaron parte de la misma ideología elitista. Esas conductas han
perdurado, desafortunadamente, en
los distintos períodos democráticos, penetrando en el comporta-
miento de los partidos políticos
mayoritarios, aún cuando se expresen de otro modo.
En tercer lugar, persistió desde
aquella época una cultura de subestimación del interés nacional o,
más directamente, de vivir
dependiendo de factores externos o sometiéndose a condiciones externas,
sin ningún beneficio compensatorio.
Un caso notable fue el primer empréstito otorgado por la compa-
ñía inglesa Baring Brothers, en
1824, cuyos fondos no fueron destinados a sus propósitos iniciales y
se volatilizaron en pocas manos,
aunque terminaron de pagarse puntualmente casi un siglo después.
Otro caso fue el del primer tratado
de comercio y navegación, que establecía una libertad de comercio
que favorecía sólo a intereses británicos,
los únicos en condiciones de aprovecharla. Esa era en aquella
época la trampa de la libertad de
comercio. Esta cultura de la dependencia se acentúa a partir de las
últimas décadas del siglo XIX y las
primeras del siglo XX cuando la Argentina se inserta en el mundo
a través de una relación fuertemente
dependiente de la potencia hegemónica de aquel entonces, Gran
Bretaña. Todavía en 1933, ante la
firma de un nuevo tratado comercial argentino-británico, el Pacto
Roca-Runciman, el vicepresidente de
entonces, Julio A. Roca (h), decía que la Argentina «desde un
punto de vista económico debía
considerarse una parte integrante del imperio británico». Concepción
que se procura justificar
teóricamente en la década de 1990, en el plano de la política exterior, a
través
del llamado «realismo periférico»,
que proponía la subordinación a otra potencia hegemónica, Estados
Unidos, y alcanzó su máxima
expresión en las propuestas de dolarización y de manejo de la economía
por expertos «externos».
A partir de los años de la primera
guerra mundial dos fenómenos marcaron una diferencia con
respecto al proceso anterior. Desde
el punto de vista político, debido a la llegada al gobierno en 1916,
gracias a la ley Saénz Peña, de
1912, que garantiza el voto secreto y obligatorio e instaura un sistema
democrático, de la Unión Cívica
Radical, liderada por Hipólito Irigoyen, que incluye sectores sociales
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provenientes de una ascendente clase
media, Desde el punto de vista económico, por el comienzo
de una relación más profunda con
Estados Unidos, tanto en el comercio exterior como a través del
flujo de capitales provenientes del
país del norte. Se desarrolla así un triángulo comercial y financiero
anglo-argentino-norteamericano de
profundas consecuencias internas y externas en los años futuros.
Durante la misma guerra se advierte
también un limitado desarrollo industrial, motivado por las
restricciones externas, que tiene
sus límites con la finalización del conflicto y la normalización de los
mercados mundiales, aunque en los
años 20 comienzan a llegar del exterior inversiones directas en
algunas ramas fabriles.
2. El proceso de industrialización
La etapa de la industrialización
sustitutiva, como rasgo principal de la actividad económica, puede
subdividirse en tres períodos
diferenciados:
1. La industrialización «espontánea»
(1930-1945).
2. El proyecto industrializador
peronista (1946-1955).
3. La industrialización
«desarrollista» (1955-1976).
Nuevamente otra crisis, en este caso
de origen externo, que se inicia en EEUU en 1929 y constituye
el comienzo de un período de
depresión económica mundial que duraría casi una década, impacta en
la Argentina. Fue la crisis más
profunda que padeció el capitalismo en su historia.
Este proceso recesivo se caracterizó
por una severa deflación en un sentido amplio, dado que ge-
neró restricciones monetarias y
financieras, bajas de precios y salarios, y retroceso de las actividades
económicas. Fenómenos que se
manifestaron a través de reacciones en cadena, puesto que la caída de
la producción industrial indujo a
una contracción de los mercados internacionales y a una disminución
de la demanda de materias primas,
cuyos precios bajaron acentuadamente. Los países productores de
bienes primarios redujeron las
compras de maquinarias y manufacturas, al tiempo que entraron en
bancarrota o devaluaron sus monedas,
ya que las deudas asumidas con anterioridad no podían ser
canceladas. Del mismo modo, los
países industriales debieron soportar la caída de los precios de sus
productos, aunque protegieron sus
mercados con barreras arancelarias o de otro tipo. No pudieron
evitar, sin embargo, el cierre de
bancos y empresas, una creciente desocupación y situaciones extremas
de hambre y pobreza de gran parte de
sus poblaciones. Todo ello llevó a la quiebra del sistema multi-
lateral de comercio y pagos,
incluyendo el patrón cambio oro, y dio lugar a un retorno a los sistemas
de preferencia imperial y a los
convenios bilaterales.
La Argentina, que tenía una economía
abierta al mundo, sufrió de llenó ese impacto con una severa
caída de sus exportaciones y un
amplio déficit en su balanza comercial, al no poder prescindir de la
importaciones de bienes industriales
y de muchos bienes de consumo masivo.
El proceso de sustitución de
importaciones, que proyectó al sector industrial por sobre el agrope-
cuario e inició una nueva etapa en
la historia económica argentina, fue así en gran parte producto de la
necesidad y no de la voluntad
política: había que hacer frente a la crisis económica mundial que afec-
taba al país. Además, cuando esta
etapa comienza a desarrollarse con más fuerza, en los comienzos de
la década de 1930, retorna al poder,
mediante un golpe de estado cívico-militar, la elite oligárquica que
había gobernado hasta 1916.
Entonces, contra sus propias ideas imbuidas de liberalismo, los gobiernos
conservadores ponen en práctica una
intervención creciente del estado en la economía (control de cam-
bios, juntas reguladoras,
proteccionismo, diversas medidas fiscales y financieras), que tienden a paliar
la situación pero, también, a
salvaguardar sus propios intereses, vinculados al sector agropecuario.
Al mismo tiempo, el país logra
cierto margen de autonomía económica aunque se mantienen los
servicios de la deuda externa y se
intenta conservar a toda costa, a través del Pacto Roca-Runciman, el
mercado británico para la colocación
de las carnes enfriadas, el negocio principal de los terratenientes
de la pampa húmeda, ahora en el
poder político.
Hasta esa época la industria había
crecido al compás del resto de la economía, pero subordinada al
esquema agroexportador. En cambio, a
partir de los años 30, se convertirá en uno de los sectores impul-
sores del crecimiento económico,
facilitado por una importante transformación en la estructura de la
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producción, que aceleró el proceso
de sustitución de importaciones. Los rubros más dinámicos fueron
las actividades relacionadas con
insumos locales (especialmente los textiles) y la metalurgia liviana.
Este núcleo incluye los sectores que
podríamos denominar de «sustitución fácil de importaciones»,
compuestas por bienes de consumo,
que reducían el peso del déficit comercial con el exterior, contri-
buían a canalizar una porción de la
renta agraria a través de inversiones industriales y ofrecían una
salida a la producción agropecuaria,
que hacía posible disminuir la dependencia de las fluctuaciones
de los mercados externos.
La expansión de la industria textil
satisfacía la creciente demanda del mercado interno, permitiendo,
al mismo tiempo, el empleo como materia
prima de lana y algodón producidos localmente, cuyos
mercados internacionales se
encontraban afectados por la crisis. El conjunto de ramas vinculadas al
sector de automotores se convirtió
también en un factor de crecimiento. Si bien la industria automotriz
de la época era poco más que un
taller de ensamblado de partes importadas, estimulaba el desarrollo de
la producción de caucho para
neumáticos, la industria de la construcción relacionada con las carreteras
y una pléyade de pequeñas firmas
familiares de producción de repuestos, actividades que ganarían
intensidad en el futuro inmediato.
Otro sector cuya aparición en escala importante data de esta época
es el de maquinarias y artefactos
eléctricos, así como la producción de electrodomésticos, cables y
lámparas.
En general, las ramas de mayor
crecimiento producían bienes de consumo finales, con mayor in-
tensidad en la utilización de mano
de obra que en bienes de capital. Las maquinarias y los insumos
intermedios utilizados eran, en una
alta proporción, importados. De esta forma, comenzó a perfilar-
se en esta época una característica
que se acentuaría en las décadas siguientes: el crecimiento de la
producción impulsaba un incremento
de las importaciones, hecho que en el futuro enfrentaría al país
a serios problemas en la balanza de
pagos. En este marco, las ramas tradicionales vinculadas al mo-
delo agroexportador, como los
productos agrícolas y ganaderos, crecieron mucho más lentamente,
perdiendo participación relativa en
el PBI y, en 1944, el PBI industrial superó por primera vez al PBI
agropecuario.
Por otra parte, el PBI industrial se
duplicó entre 1935 y 1939 y volvió a duplicarse durante la
segunda guerra mundial mientras
crecían el número de establecimientos fabriles y la cantidad de
mano de obra ocupada en el sector.
Los cambios en la composición de la
estructura social, como consecuencia de la ampliación de la
masa de trabajadores industriales y
urbanos que trae este proceso de industrialización (a lo que contri-
buyeron las migraciones internas del
campo a las ciudades), y el vacío político resultante de gobiernos
apartados de los derechos y
aspiraciones de la ciudadanía (fraudulentos y represivos) dieron lugar a la
aparición de un fenómeno político
nuevo, el peronismo, que estimulará el desarrollo industrial sobre
la base de la participación social
de los nuevos sectores sociales y de la ampliación del mercado interno
y tendrá conductas de una mayor
autonomía en el marco internacional.
La industrialización promovida por
el peronismo se diferenció de la controlada por la oligarquía.
En contraste con el carácter
excluyente de esta última, el primer gobierno peronista amplió el mercado
interno en función de tres elementos
que existían antes de la llegada al poder del peronismo y que
contribuyeron a hacerla viable en
ese momento. En primer lugar, la creciente dicotomía entre la expan-
sión del mercado interno y el nivel
de consumo de las masas. En segundo término, la ausencia de leyes
laborales que garantizasen mejores
condiciones de vida y de trabajo. Finalmente, el grado importante
de intervención del estado en la
economía con la consiguiente ampliación del aparato burocrático, que
acrecentó su papel no sólo político,
sino también social. Factores que Perón percibió, y constituyeron la
base de su accionar político, y a
los que agregó la «sindicalización por arriba» del movimiento obrero.
Mientras que el primer partido
popular, el radicalismo, surge levantando las banderas de la de-
mocratización del sistema político
argentino, el peronismo nace planteando la necesidad de montar
mecanismos de justicia social que no
existían, algunos de los cuales habían sido propuestos por diri-
gentes socialistas y de otros
partidos en épocas anteriores, sin poderse aprobar o implementar por el
poder que tenían las fuerzas
conservadoras en el Congreso y el Poder Ejecutivo Nacional.
No vamos a analizar exhaustivamente
que significó el peronismo desde el punto de vista político
aunque puede señalarse la existencia
de un estado omnipresente y de un partido político que pretendía
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representar a todos los sectores
sociales y minimizar a la oposición, sin impedirle participar en las
elecciones pero obstaculizando su
accionar. Tampoco nos detendremos en sus aciertos o errores desde
el punto de vista económico, con un
crecimiento fuerte en los primeros años de gobierno aunque con
políticas que se revelaron
insuficientes para sostener el proceso de industrialización, debiendo soportar
una fuerte crisis entre 1950 y 1952
de la que costó salir. Sin embargo, varios aspectos no pueden dejarse
de mencionarse en el terreno
económico y social.
Entre ellos, una apreciable mejora
en la distribución de los ingresos, llegando los asalariados a
tener una participación del 50% del
ingreso nacional; la entrada en vigencia de una serie de leyes
sociales –jubilaciones y pensiones,
aguinaldos, vacaciones pagas, convenios colectivos de trabajo–; el
otorgamiento de beneficios diversos
para los sectores de más bajos ingresos -construcción de viviendas
populares, hoteles sindicales, etc.;
la transferencia de ingresos, mediante una política crediticia y me-
canismos institucionales de manejo
del comercio exterior, del sector agrario al industrial; y un proceso
de nacionalización de las empresas
de servicios públicos, sobre todo en los primeros años de gobierno.
De todos modos, pese que Perón fue
reelegido por una amplia mayoría de votos al termino de su
primer mandato y se produjeron
cambios en la política económica que permitieron superar la crisis,
en septiembre de 1955, en el marco
de un enfrentamiento creciente con la Iglesia Católica y sectores
opositores, el presidente se vio
desplazado del poder por un golpe de estado cívico-militar. Este hecho
inauguró una etapa de inestabilidad
política en la Argentina que llevó finalmente a la dictadura militar
de 1976.
Es preciso destacar este punto,
porque en todo el período que va de mediados de los años 40
hasta mediados de los 70, el país
creció económicamente y la distribución del ingreso no empeoró
en demasía a pesar del diferente
carácter de los distintos gobiernos que fueron pasando, civiles y
militares. Pero hubo una fuerte
inestabilidad del sistema político, que comenzó con la proscripción del
peronismo. Esto condujo, por un
lado, a la radicalización de vastos sectores populares, influenciados
también por la revolución cubana y
movimientos contestatarios en otros países, y llevó, por otro, a un
endurecimiento de lo que llamamos el
«partido de derecha», que se expresaba a través de las fuerzas
armadas. El gobierno desarrollista
de Frondizi tuvo cerca de 30 planteos o intentos de golpes de estado
antes de ser derrocado y, luego, el
radical Illia, que presidía un gobierno débil por las proscripciones
políticas, cayó de la misma manera
en 1966. El peronismo volvió con el apoyo popular después de que
los militares dejaron el poder en
1973, pero entró pronto en profundas contradicciones internas (en la
que participaron grupos armados de
izquierda y sectores paramilitares de derecha), que se agudizaron
con la muerte de Perón y
dificultaron una nueva salida política.
En este período de
industrialización, no se vuelve a caer en el fuerte endeudamiento externo de la
etapa agroexprotadora pero sí en
repetidas crisis de la balanza de pagos, los conocidos ciclos de stop-go,
como consecuencia de los
requerimientos del propio proceso de industrialización que se contrapone
con una estructura dependiente de
las exportaciones agropecuarias.
Los ciclos económicos estaban
ligados al mismo tiempo al mercado interno y a los mercados ex-
ternos. En la etapa de auge, ante el
aumento de la producción industrial vinculada al consumo local,
se incrementaban las importaciones,
para comprar bienes de capital e insumos básicos, y se reducían
las exportaciones, por la mayor
demanda interna originada en la suba del salario real y de los niveles
de ingresos. Pero el déficit en la
balanza comercial y la disminución de las divisas llevaban a una
devaluación que provocaba un aumento
del precio de los productos agrarios exportables y de lo insu-
mos importados. Todo esto se
traducía en crisis del sector externo, procesos inflacionarios y políticas
monetarias restrictivas.
Basado en el desarrollo del mercado
interno y en las industrias livianas ese proceso de industria-
lización fue cambiando en los años
50 y pasando a otra etapa, con la creación de industrias básicas,
el énfasis en la necesidad de capitales
externos y la necesidad de que el aumento de los salarios esté
ligado al incremento de la
productividad. En su etapa final se agrega también un tímido intento de
exportación de manufacturas.
El gran problema en este período no
fue principalmente económico sino político, en particular por el
hecho de que el partido mayoritario,
el peronismo, estaba proscrito y de que los militares intervinieron
permanentemente en la vida pública.
7
Vemos, por el contrario, desde el
punto de vista económico, un proceso de crecimiento importante,
que entre 1945 y 1963 padeció
diversas crisis en la balanza de pagos y brotes inflacionarios, pero
que luego, entre 1964 y 1974, tuvo
un período de ascenso ininterrumpido, superando esos problemas
cíclicos, con una tasa promedio del
cerca de 5 % anual. Sin embargo, desde el punto de vista político
lo que se observa es una grave y
seria inestabilidad que termina con el golpe de estado de 1976, lo que
de ninguna manera reflejaba el
agotamiento del proceso de industrialización.
3. El modelo rentístico-financiero
El golpe militar de marzo de 1976 va
a producir, a través de la represión, los llamados 30 mil
«desaparecidos». En este caso, la
intención explícita de sus promotores fue la de eliminar en forma
definitiva a actores mayoritarios de
la escena política nacional debilitando sus bases económicas y
sociales. El «disciplinamiento
social y político», encarnado por la represión, será la contracara del
«disciplinamiento económico».
Por otra parte, la crisis económica
internacional que comenzó a desarrollarse en los inicios de la
década de 1970, con la crisis del
dólar primero y la del petróleo después, creó una amplia disponibi-
lidad de capitales (eurodólares y
petrodólares) dispuestos a reciclarse en los países del Tercer Mundo,
lo que permitió a las dictaduras de
Pinochet y Videla disponer del financiamiento necesario para hacer
prevalecer sus políticas económicas,
precursoras del neoliberalismo en el mundo, antes aún de la lle-
gada de Margaret Thatcher y Ronald
Reagan. En esto tenían también un peso decisivo los organismos
financieros internacionales, como el
FMI y el Banco Mundial, que querían facilitar la inserción de los
países en desarrollo a los nuevos
circuitos financieros.
Pero los factores internos no fueron
menos importantes. La Argentina vivió, desde fines de los
años sesenta y principios de los
setenta, un proceso de agudos conflictos sociales y políticos. Los
levantamientos obreros (tales como
el «Cordobazo» y el «Viborazo») así como la existencia de fuertes
grupos radicalizados, incluso
guerrilleros, en la escena política nacional entrañaban una seria dificultad
para la persistencia de los modos de
producción vigentes e iban a llevar al abandono del proceso de
sustitución de importaciones, a la
liberalización de la economía y a un nuevo tipo de inserción en la
economía mundial.
Es por eso que en 1976, se produjo
un verdadero punto de inflexión en la historia del país, que
significó no sólo el terrorismo de
estado y la pérdida de varias futuras generaciones de líderes políticos
o sociales, sino la convicción por
parte de las elites tradicionales de que las proscripciones políticas
ya no servían para eliminar las alianzas
populistas y que, como éstas se asentaban sobre el aparato
productivo industrial, era
imprescindible modificar radicalmente la estructura económica. Ello suponía
también la reformulación del papel
del estado, hasta allí involucrado en impulsar ese tipo de desarrollo.
Esta fue la tarea principal que
realizó la dictadura militar inaugurando los 30 años de predominio
de un modelo neoliberal en el país.
La Argentina tenía hasta mediados de los 70 un aparato industrial
con problemas pero de dimensiones respetables,
ciertos niveles de protección, controles de cambio,
tasas reguladas de interés, un
sistema financiero bastante controlado y, a pesar de diversas crisis en
la balanza de pagos y procesos
inflacionarios, tasas de crecimiento relativamente buenas y sostenidas,
especialmente entre 1964 y 1974.
Todo eso se destruyó: se promovió la desregulación financiera y la
apertura indiscriminada de la
economía, que afectó a la balanza comercial y a la cuenta corriente
de la balanza de pagos; se produjo
un fuerte proceso de desindustrialización y reprimarización de
la economía y se estableció un
sistema de preconvertibilidad que se llamó «tablita cambiaria». En
particular, a principios de 1977 se
implementó una reforma que ubicaría al sector financiero en una
posición hegemónica en términos de
absorción y asignación de recursos, mediante su liberalización, el
alza de las tasas de interés y una
mayor vinculación con los mercados internacionales.
La especulación financiera pasó a
ser un factor fundamental: se traían del exterior dólares que se
convertían en pesos a un cambio
sobrevaluado, se colocaba esos pesos a altas tasas de interés y cuando
se pensaba que el dólar iba a subir,
se volvía a cambiar pesos por dólares y se los fugaba al exterior.
Se hacían así negocios fáciles y
altamente rentables. Veamos en el cuadro 1 los principales indicadores
del período 1975-1983.
8
Cuadro 1
Fuente: Ministerio de Economía de la
Nación. Dirección Nacional de
Estadísticas y Censos. FIDE.
Año
1975
-0,9
182,6
-
8.085
-791,1
38,95
15,15
1,24
270
14
1976
-0,2
444,0
882
9.739
1.192,4
39,71
11,73
2,02
210
11,9
1977
6,0
176,0
1.490
11.762
2.226,5
38,04
5,13
2,02
170
6,5
1978
-3,9
175,5
2.565
13.663
1.998,4
44,08
6,83
3,07
200
6,3
1979
6,8
159,5
1.102
19.034
4.442,4
42,13
6,26
3,19
240
6,3
1980
0,7
100,8
-2.527
27.153
-2.796,1
44,18
7,55
3,44
340
11,8
1981
-6,2
104,6
-287
35.671
-3.433,1
51,53
15,62
9,75
390
32,4
1982
-5,2
164,7
2.289
43.634
-5.080,5
48,56
16,52
11,94
570
57,8
1983
3,1
343,3
3.334
45.087
-4.204,3
49,72
15,77
5,79
580
63,6
Año
1975
100,0
100,0
100,0
100,0
1976
97,6
66,4
64,8
97,0
1977
99,0
51,4
50,9
104,5
Año
1978
100,4
53,9
54,1
93,5
1970
1979
101,8
57,7
58,7
103,1
1974
1980
101,4
66,3
67,2
99,2
1980
1981
103,6
61,9
64,1
83,3
1982
1982
-
-
-
79,4
1983
-
-
-
88,0
millones de
dólares
millones de
dólares
1975-1983
mill de
pesos
Deuda
Externa
Intereses
externos/exp
Deuda/
Export.
Variación de
Reservas
Gasto
público/PBI
Déficit
fiscal/PBI
Intereses
deuda/PBI
Inflación
Hogares pobres / total de
hogares
Empleo
Salario
Masa
salarial
Var PBI
Actividad
industrial
Saldo bza.
comercial
Población en hogares
pobres / población
28,0
5,0
2,6
7,5
25,3
-
3,2
10,1
Pero desde fines de los años 70 y
principios de los 80, se produjo otro ciclo recesivo mundial,
cuando la Reserva Federal, frente a
los crecientes déficits fiscales en EEUU, comenzó a elevar las tasas
de interés, aumentadas aún más con
la llegada al gobierno del presidente Reagan. Operaba aquello
que señalaba Prebisch respecto a la
política del Banco de Inglaterra en el siglo XIX; las tasas de interés
pasaron del 6% al 14%, volviéndose a
captar capitales del exterior en los países centrales y creando
una década perdida para América
latina, al expandirse notablemente el endeudamiento externo de
la región, que había tomado
préstamos en los años anteriores y ahora debía pagar intereses mucho
mayores. Esta situación llevó, en
agosto de 1982, a la declaración de moratoria de México, uno de los
principales deudores, desatando una
generalizada crisis de la deuda en el subcontinente.
Sin embargo, antes aún, en 1981,
había estallado la crisis en la Argentina, con una fuerte deva-
luación de la moneda y el retorno de
procesos inflacionarios y, sobre todo, con la inmensa carga del
endeudamiento externo, que pasó de 8
mil millones de dólares en 1975 a 45 mil millones en 1983
cuando la dictadura militar dejó el
poder. Ese endeudamiento había tenido que ver, sobre todo, con la
especulación financiera, los
autopréstamos, los gastos militares y la corrupción. Incluso la deuda pri-
vada fue beneficiada con un seguro
de cambio que de hecho lo transformó en deuda pública. Sobre el
origen del conjunto de esa deuda se
hizo más tarde una presentación ante la justicia, la que dictaminó
que una parte de ella era ilegítima.1
La derrota en la guerra de las
Malvinas terminó por hundir al régimen militar y fue en ese momento
crítico en el que retornó la
democracia. Pero el gobierno de Alfonsín, en el terreno político, luego de
realizar severos juicios a los
militares terminó cediendo ante ellos y decretando las primeras leyes del
perdón, ahora derogadas y, en el
terreno económico, a pesar de algunos esfuerzos iniciales por trazar
un rumbo diferente, reconoció y
sostuvo el endeudamiento anterior con más endeudamiento y a costos
más altos, impidiendo que el país
pudiera volver a recuperarse económicamente.
Una iniciativa diplomática del
gobierno radical estaría destinada, sin embargo, a perdurar en el
tiempo inaugurando una nueva y
relevante dimensión en la inserción internacional y en la política
exterior argentina. Prolongando una
tendencia al acercamiento bilateral iniciado ya bajo las dos dic-
taduras militares en 1979 con los
acuerdos sobre la cuenca del Plata, la entrevista Alfonsín-Sarney de
1985 y el Acta de Integración Regional
entre Argentina y Brasil, fueron éstos los primeros pasos en
1. Sentencia judicial del Juez Jorge
Ballesteros, 13 de julio de 2000, sobre la base de las denuncias de Alejandro
Olmos, que
escribió un libro clave sobre el
tema: A. Olmos, Todo lo que quiso saber sobre la deuda externa y siempre se lo
ocultaron, Buenos
Aires, Editorial de los Argentinos,
1989. Cuando Ballesteros hizo su dictamen la causa estaba prescripta y no se
pudo enjuiciar
a Martínez de Hoz y los responsables
del endeudamiento.
9
la génesis de un proceso que
terminaría de consolidarse 10 años más tarde, cuando los presidentes
de Argentina, Brasil, Uruguay y
Paraguay firmaron el Tratado de Asunción, que fijó como fecha de
conformación definitiva del Mercado
Común del Sur (Mercosur) el 1º de enero de 1995. Este acuerdo
iba a permitir ampliar mercados en
la región y estrechar lazos entre los países miembros, aunque en
sus primeras instancias prevalecería
un enfoque primordialmente comercial.
En tanto, en el escenario
internacional de los años 90 predominaban, al mismo tiempo, una cier-
ta euforia política, provocada por
la caída del muro de Berlín y del bloque soviético, y un proceso
de globalización financiera,
impulsado por cambios tecnológicos y por la expansión de los mercados
especulativos. Estas circunstancias
iban a producir otra sobreabundancia de capitales en el norte que
fluyeron hacia la Argentina en busca
de mayores rentabilidades, sin temor a su fragilidad económica.
Stiglitz y otros economistas han
demostrado que cuando llega un flujo incontenible de capitales finan-
cieros en medio de burbujas
especulativas, se financian fantasías económicas no sustentables y se crea
un incontrolable endeudamiento
externo.
La ideología jugó en este sentido un
rol importante impulsada por las reglas que brindaba el lla-
mado «Consenso de Washington», donde
se recomendaba que las políticas económicas tuvieran como
eje central el control del gasto
público y la disciplina fiscal, la liberalización del comercio y del sistema
financiero, el fomento de la
inversión extranjera, la privatización de las empresas públicas, y la des-
regulación y reforma del estado. Los
gobiernos debían limitarse a fijar el marco que permita el libre
juego de las fuerzas del mercado
pues sólo éste podía repartir de la mejor manera posible los recursos
productivos, las inversiones y el
trabajo.
Esas ideas coincidían, a su vez, en
la Argentina, con una aguda crisis hiperinflacionaria; producto
del fracaso de las políticas
implementadas y estimulada por intereses económicos en contra del gobier-
no de Alfonsín y el temor al retorno
de un régimen justicialista parecido al de los años 70. Allí se dio de
vuelta otra coincidencia: si en 1945
se produjo la confluencia entre un líder histórico populista, como
Perón, y los sectores obreros y
sindicales, en el 1989 se verificó una situación semejante en apariencia,
con otro líder político, Carlos
Menem, que ganó las elecciones presidenciales gracias al apoyo de los
votos populares del partido
mayoritario pero, esta vez, con el visto bueno del establishment y la derecha
neoliberal.
Esa confluencia era justamente la
que faltaba, porque esa derecha en Argentina nunca había tenido
un partido fuerte como para poder
imponerse electoralmente. Entonces, de la misma manera que
grupos de izquierda radical
intentaron ganar al peronismo en la década del 70, la derecha liberal ganó
con sus ideas y sus intereses al
liderazgo justicialista de los años 90, el llamado menemismo.
Comenzó allí la etapa más dura del
neoliberalismo en Argentina. Se implementó por ley un sistema
de convertibilidad que llevó al
abandono de toda política monetaria y a la sobrevaluación del peso; a
la apertura irrestricta de la
economía, sobre todo de la cuenta de capital; a la desregulación total del
sector financiero; a la
flexibilización laboral y al ajuste salarial. Se realizó la venta de los
activos más
importantes del patrimonio público,
que culminó con la de la compañía estatal petrolera YPF y la
perdida de manos del estado de un
recurso estratégico clave para la economía argentina. Muchas de
esas privatizaciones, así como otras
políticas del gobierno, se implementaron por medio de actos de
corrupción que luego se revelaron
públicamente.
Se incluyó también en este proceso
la privatización de la previsión social, que fue una de las cau-
sas principales del déficit fiscal
en Argentina (cerca de 40 mil millones de dólares), pero que, además,
constituye un ejemplo de los que no
debe hacerse: se intentó crear un mercado de capitales compulsi-
vamente, a costa de los futuros
jubilados, para finalmente alimentar el endeudamiento del estado, que
tomó esos capitales a préstamo. En
tanto las administraciones de los fondos de pensión, en manos de
bancos y financieras, la mayor parte
extranjeras, cobraban grandes comisiones a los obligados apor-
tantes, sin relación con la
rentabilidad real. Otro sector singularmente afectado fue el industrial, cuya
participación en el PBI cayó del 27
% en 1990 al 15 % en 2002.
La clave del sistema fue, sin duda,
la convertibilidad con un tipo de cambio fijo (un dólar igual a un
peso), que funcionó como el patrón
oro del siglo XIX y contradijo todas las otras medidas de liberaliza-
ción. En un sistema así, con
apertura irrestricta de los mercados, la única forma de controlar el déficit
externo y el déficit fiscal es
aplicando políticas recesivas y de ajuste a la espera de un milagroso flujo
10
de capitales que compense la
situación. Se trata de una economía que crece sólo con el endeudamiento
externo, proceso cuya falencia pudo
observarse una vez agotadas las privatizaciones, que significaron
una importante pérdida del
patrimonio nacional y que, junto a la venta de empresas privadas naciona-
les, dio lugar a una
extranjerización sin precedentes de la economía sin que se ampliara su
capacidad
productiva. Por supuesto, las tasas
de crecimiento relativamente altas de comienzos de la década del
90 se revelaron muy frágiles. No
sólo beneficiaron a pequeños sectores de la sociedad sino que no
pudieron sostenerse en el tiempo,
hasta que vino la caída final del 2001-2002. Veamos en el cuadro 2
los principales indicadores del
período 1990-2002.
Año
1990
-
1343,9
8.275
-
-
3.566,0
-
-
-
-
1991
10,6
84,0
3.703
61.334,0
33,1
2.728,0
100
3.666,0
60.416
-
1992
9,6
17,5
-2.637
62.766,0
27,7
3.826,0
110
4.922,4
53.583
4.384,0
1993
5,7
7,4
-2.364
72.209,0
30,5
4.250,0
147
2.730,5
62.867
2.763,0
1994
5,8
3,9
-4.139
85.656,0
33,3
682,0
157
-285,9
74.976
3.489,0
1995
-2,8
1,6
2.357
98.547,0
38,2
-102,0
158
-1.373,3
78.973
5.341,0
1996
5,5
0,1
1.760
109.759,0
40,3
3.882,0
162
5.624,4
84.310
6.523,0
1997
8,1
0,3
-2.123
124.382,0
42,5
3.273,0
183
-4.276,6
96.155
8.755,0
1998
3,9
0,7
-3.117
138.844,0
46,6
3.234,0
190
-4.073,5
99.231
6.510,0
1999
-3,4
-1,8
-2,199
145.288,9
51,2
898,2
196
-8.536,0
91.228
23.988,0
2000
-0,8
-0,9
1,061
146.575,1
53,07
-505,0
201
-7.763,5
94.249
10.418,0
2001
-4,4
-1,1
6,223
168.544,5
51,57
-9.862,6
203
-6.975,5
107.114
2.166,0
2002
-10,9
25,9
16,719
173.207,1
142,95
-7.922,0
-
-
117.654
785,0
1990-2002
Millones de
Dólares
Millones de
Dólares
Millones de
Dólares
Millones de
Dólares
Millones de
Dólares
Millones de
pesos
Capitales
argentinos
exterior
IED
Deuda
externa/PBI
Variación
de
Reservas
Var. Gasto
público
Resultado
Fiscal
Var PBI
Inflación
minorista
Saldo bza.
comercial
Deuda
externa
Cuadro 2
Fuente: Ministerio de Economía de la
Nación. Dirección Nacional de
Estadísticas y Censos. FIDE.
Como observamos, lo que se produjo
fue una fenomenal fuga de capitales; 120 mil millones de
dólares se fugaron en todos esos
años, y se verificó, sobre todo, un incremento casi exponencial del
endeudamiento externo, que pasó de
45 mil a 170 mil millones de dólares, creando las condiciones de
una grave depresión en la economía
argentina, que se aceleró por las sucesivas crisis financieras inter-
nacionales, la del tequila, la de
Rusia y la del Sudeste asiático (producto de ese proceso de globalización
y de burbujas financieras) e
incluso, también, por la devaluación en Brasil, hasta que vino finalmente
la debacle (en el gráfico1 se
compara la evolución de la deuda externa y de la fuga de capitales y el
cuadro 3 da una explicación del
proceso de endeudamiento externo en cada una de sus etapas, expli-
cando las políticas económicas
implementadas que llevaron a su incremento). Pese a la fragilidad de
este esquema, los organismos
financieros internacionales, en particular el FMI, desempeñaron un rol
fundamental en la instrumentación de
las reformas económicas que llevaron a la crisis y, luego, frente
a las dificultades del repago de la
deuda, presionando ante el gobierno argentino para que practicase
políticas de ajuste.
Entonces llegamos a la crisis de
2001, cuyos primeros síntomas se advierten desde los años finales
del último gobierno de Menem y se
agravan con el gobierno de De la Rúa, que siguió las recetas orto-
doxas del FMI, bajando sueldos y
jubilaciones, aumentando impuestos a sectores medios, proclamando
el déficit cero pero pagando los
intereses de la deuda y realizando un ruinoso megacanje de títulos
públicos que incrementó notablemente
el endeudamiento futuro. Todo lo cual tuvo su desemboque a
fines de aquel año, cuando el
sistema bancario y financiero basado en la convertibilidad, que tenía por
fundamento la presunta dolarización
de los depósitos bancarios a través de un tipo de cambio artificial
no se sostuvo provocando el colapso
del sistema bancario, el «corralito», es decir la bancarización for-
zosa que impidió al público retirar
sus ahorros y llevó al fin de la convertibilidad y del tipo de cambio
fijo.
Ya a lo largo de ese año, las organizaciones
y movimientos de desocupados se constituyeron en
centros aglutinantes de la población
y potenciaron un amplísimo movimiento de protesta, que abarcó
a obreros activos y trabajadores
estatales y docentes, y fue sumando a productores agropecuarios, co-
merciantes y pequeños industriales,
asambleas barriales, grupos de ahorristas, etc. La protesta social
se generalizó y se manifestó en el
plano político y cultural, también con contenidos de reivindicación
de la soberanía nacional frente a la
subordinación de toda la política gubernamental a las imposiciones
11
0
20.000
40.000
60.000
80.000
100.000
120.000
140.000
160.000
180.000
1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997
1998 1999 2000 2001 2002
Deuda externa
Capitales argentinos en el exterior
Gráfico 1
Deuda externa Argentina vs.
Capitales Argentinos en el exterior, expresados
en millones de dólares
Fuente: Mario Rapoport, Historia
económica, política y social de la Argentina.
de los organismos financieros
internacionales y a su explícita intromisión en la vida política argentina
(auditores, misiones, comisiones
asesoras de "notables» exfuncionarios de las grandes potencias, viajes
de funcionarios argentinos a
Washington y otras capitales europeas y planes de «rescate» propues-
tos por economistas extranjeros con
exigencia de resignación de la soberanía del estado argentino en
materia financiera).
Con lo que se arribó finalmente a
una explosión social, el 19 y 20 de diciembre de 2001, que
produjo por primera vez la caída de
un gobierno, el de la Alianza, que había sucedido a Menem, sin
ninguna intervención militar. La
devaluación posterior y el cese del pago de la deuda externa fueron
una consecuencia de estos procesos.
El gráfico 2 y el cuadro 4 nos muestran estadística y gráficamente
los índices de desempleo, salarios,
pobreza y distribución de ingreso en la Argentina y su comparación
con otros países. El coeficiente de
Gini va de 0, la mayor equidad, a 1, la mayor inequidad, en la
distribución de los ingresos.
4. Una comparación entre los modelos
Veamos más de cerca las cifras, para
comparar los tres modelos económicos que venimos de des-
cribir. En primer lugar, las tasas
de crecimiento en la época primario-exportadora no fueron tan altas
como se dicen: hubo serias crisis
financieras, como en 1885, 1890 (una crisis de magnitud que tuvo
repercusiones a nivel mundial) y
1913, y la distribución de los ingresos era muy regresiva. El problema
no es el de criticar la
industrialización en sí, sino la razón por la cual el país no se industrializó
más.
Pero es necesario tener en cuenta
que ese período de 40 años de industrialización, entre el modelo
agroexportador de fines del siglo
XIX y las primeras décadas del 20, por un lado, y los últimos 30 años
de neoliberalismo, por el otro,
fueron la época, económica y socialmente, más importante de la historia
argentina. Para mostrar mejor lo que
sucedió entre mediados de la década de 1970 y fines del siglo
XX hagamos una comparación con el
período anterior, en el cual el país logró un cierto proceso de
industrialización, destruido en los
últimos 25 años.
Mientras entre 1949-1974 el PBI
argentino creció un 127 % y su PBI industrial un 232 %, entre 1974-
1999, el PBI argentino aumentó un 55
% y su PBI industrial sólo un 10 %. Si comparamos, por su parte,
los dos períodos tomando el PBI per
cápita, entre 1949-1974 éste creció un 42% y entre 1974-1999
apenas un 9 %. Entre mediados de la
década de los 40 y mediados de la década de los 70 el país creció
a una tasa razonable, el PBI por
habitante creció 2,10 % contra un 1,3 % en el período agroexportador
y un 0,3 % entre 1976 y el 2000,
tasa ésta última, que sería menor si incluimos los años 2001 y 2002. En
los mejores años de la
industrialización, entre 1955 y 1975 el crecimiento promedio del PBI fue de un
12
Cuadro 3
La evolución de la Deuda Externa
Argentina (1973-2004)
Año
Presidente de la
nación
Partido de gobierno
Monto deuda
externa
(millones
dólares)
% de aumento de
la deuda en
relación al período
anterior
Observaciones
1973 Cámpora / Perón
4.890
1974
5.000
1975
Martínez de Perón
JUSTICIALISTA
7.800
+ 62%
A fines de 1975 cada habitante de la
Argentina debía
al exterior U$S 320
1976
9.700
1977
11.700
1978
13.600
1979
19.000
1980
Videla
27.200
1981
Viola
35.700
1982
Galtieri
43.600
1983
Bignone
MILITAR
45.100
+ 364%
El mundo vive en la era de los
eurodólares y los
petrodólares. Los bancos
internacionales ofrecen
créditos fáciles a tasas bajas.
Comienza el gran
endeudamiento del estado argentino.
Pero hacia
1980 se produce un viraje en la
economía mundial.
El crédito se vuelve escaso y caro.
En este período el
gobierno de Reagan incrementa las
tasas de interés
en EE.UU. lo que termina de producir
la crisis
mexicana de 1982 y otras crisis de
endeudamiento
externo en varios países
latinoamericanos. A fin de
1983 cada habitante debía al
exterior U$S 1.500.
1984
46.200
1985
49.300
1986
52.500
1987
58.500
1988
58.700
Alfonsín
UNIÓN
CÍVICA
RADICAL
+ 44%
La democracia se reestablece en
medio de un
panorama internacional muy duro para
los países
latinoamericanos, que experimentan
la llamada
“década perdida”. El gobierno argentino
se limita a
gerenciar la crisis de endeudamiento
sin mucho
éxito. Se produce una crisis
hiperinflacionaria en
1989-90
1989
65.300
1990
62.200
1991
61.337
1992
62.972
1993
72.425
1994
85.909
1995
99.146
1996
110.614
1997
125.051
1998
141.929
1999
Menem
JUSTICIALISTA
145.289
+ 123%
Consenso de Washington y aceptación
de sus
postulados y de las políticas
propiciadas por los
organismos financieros
internacionales por el
gobierno argentino. En 1992, el
ministro Cavallo
renegocia la deuda externa sobre la
base del Plan
Brady Sin embargo, el endeudamiento
sigue
aumentando en forma galopante, pese
a los ingresos
obtenidos por las privatizaciones de
empresas del
estado.
2000
De la Rúa
ALIANZA
146.575
+ 9%
Políticas de ajuste por consejo del
FMI. A fin del 2000
cada habitante debe al exterior U$S
3.800.
2003
2005
Kirchner
JUSTICIALISTA
172.773 a
125.000
Default con los acreedores privados,
no con los
organismos internacionales, a partir
de 2002. En
enero de 2005 se lanzó la
reestructuración de la
deuda pública. La adhesión del canje
fue del 76.15%
y se logró una quita nominal del
43%. Del monto total
de la deuda elegible (USD 81.836
millones) se logró
canjear USD 62.318 millones. De esta
forma el total
de deuda reestructurada fue USD
35.261 millones.
A fines de 2005 se pago el total de
la deuda con el
FMI que sumaba 9.530 millones de
dólares.
Fuente: Ministerio de Economía de la
Nación para años recientes y
cuadro difundido por Internet sobre
datos oficiales.
0%
5%
10%
15%
20%
25%
30%
35%
40%
45%
1988 1989 1990 1991 1992 1993 1994
1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 2002
Desempleo abierto
Subempleo visible
Desempleo + subempleo
Gráfico 2
Desempleo y subempleo
5,7 % anual, mientras que entre 1976
y 1999 no superó más del 1 %.2 Veamos los gráficos 3, 4 y 5 que
ilustran la comparación entre los
modelos económicos.
2. Jorge Schvarzer, «Economía
argentina: situación y perspectivas», en La Gaceta de Económicas, 24-6-2001;
Mario Rapoport,
Historia económica, política y
social de la Argentina, (2006), para el crecimiento del PBI, cálculo realizado
sobre la base de los datos
13
Cuadro 4
Pobreza y distribución del ingreso
PAÍSES
Años
Población por
debajo de la
Línea de
Pobreza
Línea de
Indigencia
1990
21,2
5,2
ARGENTINA
2002
41,5
18,6
1990
48,0
23,4
BRASIL
2001
37,5
13,2
1989
47,7
18,7
MÉXICO
2002
39,4
12,6
PAÍSES
Años
Participación en
el ingreso total
del 10% más
rico (%)
Coeficiente de
Gini
1990
34,8
0,501
ARGENTINA
2002
42,1
0,590
1990
43,9
0,627
BRASIL
2001
46,8
0,639
1989
38,2
0,538
BOLIVIA
2002
41,0
0,614
Fuente: CEPAL; Panorama Social
2002-2003. Los datos de Argentina son para
el Gran Buenos Aires.
127%
232%
55%
10%
0%
50%
100%
150%
200%
250%
1949-1974
1974-1999
PBI
Argentino
PBI
Industrial
Gráfico 3
El proceso de redistribución
regresiva de los ingresos que llegó a padecer la Argentina en el peor
momento de la crisis constituye otro
aspecto de esta situación, que también podemos comparar: entre
1974 y el 2000, la diferencia entre
el 10% de la población de mayores ingresos y el 10% de menores
ingresos había aumentado más de 40
veces. Por otra parte, el porcentaje que tenían los asalariados en
el ingreso nacional hacia 1950 era
del 50%, y a comienzos del nuevo siglo no llegaba ni a la mitad
de esa cifra. MIentras la tasa de
desempleo, que históricamente se hallaba en torno al 6 %, a partir de
1994 saltó al 12,2 y alcanzó en el
momento más álgido de la crisis, a más del 24 %, pero si se incluye la
subocupación, personas que trabajan
sólo parcialmente, alcanzó a superar con holgura el tercio de la
población activa.
de los capítulos 5 a 8 del
mencionado libro, del cual se extraen también los datos sobre la deuda externa.
Los datos del PBI per
cápita son de la OCDE y la CEPAL
elaborados por Eric Calcagno.
14
42%
9%
0%
5%
10%
15%
20%
25%
30%
35%
40%
45%
1949-1974
1974-1999
PBI per
cápita
Gráfico 4
1,30%
2,10%
0,30%
0,00%
0,50%
1,00%
1,50%
2,00%
2,50%
1880-1930
1945-1975
1976-2000
PBI por
habitante
Gráfico 5
5. Después de la crisis
La pregunta que se hacían muchos
argentinos era si podían reunirse las condiciones objetivas y
subjetivas, es decir, en las
estructuras económico-sociales y en las relaciones con los poderes externos,
por un lado, y en la conciencia de
la gente y el liderazgo, por otro lado, para realizar los cambios
necesarios.
Luego de la caída en el default y un
interregno de sucesivos y breves gobiernos que culminaron con
la presidencia provisoria de
Duhalde, resultó finalmente elegido, en un nuevo llamado a elecciones
presidenciales, Nestor Kirchner, que
asumió, sin haberse superado aún la crisis, en el 2003. Una de las
más importantes iniciativas del
nuevo gobierno en el orden político y jurídico fue su firme política de
derechos humanos. Gracias a ello,
una renovada Corte Suprema de Justicia anuló las nefastas «leyes del
perdón» para los militares. También
se plantearon desde un principio posiciones de mayor autonomía
en el terreno de las relaciones
internacionales, incluyendo el rechazo del proyecto de Área de Libre
Comercio de las Américas propuesto
por EEUU.
Quedaba por ver si era posible
superar plenamente la crisis económica, volver a un esquema pro-
ductivo y a un sendero de
crecimiento sostenido. Entre 2003 y 2007 el PBI creció en forma notable,
casi un 9 % anual, mientras que la
desocupación descendió sensiblemente y se redujeron los niveles de
pobreza. Por otra parte, se terminó
el default con el canje de la deuda, que fue aceptada por más del
70 % de los acreedores y se pagó el
total de la deuda pendiente con el FMI (cerca de 10 mil millones de
dólares), aunque el nivel de
endeudamiento que queda, a plazos más largos e intereses más bajos, es
aún considerable: 125 mil millones
de dólares.
15
Además, los balances favorables del
comercio exterior, basados en un alza de los precios de los pro-
ductos exportables, como la soja, en
la mejora producida por la devaluación y en una mayor demanda
internacional, permitieron aumentar
en forma notable las reservas internacionales. La aplicación de
retenciones ayudó a la contención de
los precios internos de productos esenciales y a incrementar lo
ingresos fiscales, engrosados ya por
la reactivación económica. El superávit fiscal resultante de todas
estas circunstancias garantiza así,
por el momento, el pago de los compromisos externos.
Se inició, por otra parte, un nuevo
proceso de industrialización basado en el mercado interno, aun-
que subsiste todavía la gran tarea
pendiente de reducir la deuda con nuestros propios ciudadanos:
es decir, disminuir drásticamente
los niveles de pobreza y mejorar la distribución de los ingresos. El
amplio superávit fiscal debe usarse
en parte con este propósito, así como para realizar obras públicas,
crear empleos y contribuir al
fortalecimiento de las pequeñas y medianas empresas. A su vez, las expor-
taciones deben incluir bienes de
mayor valor agregado e incorporar procesos de innovación científica
y tecnológica, para lo cual existen
abundantes recursos humanos calificados.
También, es preciso recuperar los
recursos naturales; devolver al estado los servicios públicos esen-
ciales; revitalizar la participación
estatal en áreas estratégicas de la economía nacional; realizar una
reforma tributaria que disminuya el
alto grado de regresividad del sistema impositivo; y practicar po-
líticas que tiendan a reducir las
diferencias existentes en los niveles de producción y bienestar de cada
provincia y región.
Por otro lado, la inserción
internacional de la Argentina tiene que incluir entre sus prioridades la
profundización, ampliación e
institucionalización del Mercosur. Pero un Mercosur que sea mucho más
que una simple plataforma comercial
y en el que participen plenamente todas las regiones del país.
En cualquier caso, sólo
comprendiendo en su totalidad y complejidad (económica, política, social e
ideológica) las diferentes etapas de
la historia económica argentina, es posible sentar las bases de un
modelo de crecimiento con equidad
que tenga en cuenta y supere las experiencias anteriores.
6. Bibliografía
1. AA. VV, Nueva Historia Argentina,
Sudamericana, Bs. As., 12 tomos, 1998-2001.
2. Academia Nacional de la Historia,
Nueva Historia de la Nación Argentina, 10 tomos, Planeta, Buenos
Aires, 1999-2001.
3. Gerchunoff, Pablo y Llach, Lucas,
El siglo de la ilusión y el desencanto, Emecé, Buenos Aires, 2007.
4. Rapoport, Mario y Cervo, Amado
(coord.) El Cono Sur. Una historia común, FCE. Bs. As. 2002.
5. Rapoport, Mario, El viraje del
siglo XXI. Deudas y desafíos de la Argentina, America latina y el mundo,
Norma, Buenos Aires, 2006.
6. Rapoport, Mario, Historia
económica, política y social de la Argentina, 1889-2003, Emecé, Bs. As. 2007.
7. Vitelli, Guillermo, Los dos
siglos de la Argentina. Historia económica comparada. Pendergast, Buenos
Aires, 1999.
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